De repente la gente comenzó a morir así como así en la calle o en el trabajo. Muertes rápidas e indoloras, algo natural creíamos. Pasabas por la cuadra y tres funerales mínimo a la semana te encontrabas, varios de los familiares y amigos de alguien o los propios de apoco se fueron yendo. Pero lo extraño, en ese entonces, fue que lo tomamos como si fuera algo frio y sin importancia. La vida ajetreada y el estrés nos cegaron a muchos que nos dimos cuenta muy tarde.
El evento se manifestó un 8 de de septiembre. Me agarro por la mañana que salí a trabajar, tarde como de costumbre; me bañe como pude, me vestí y me puse los lentes ; revise mis bolsillos como lo hago siempre para no dejar nada atrás y saque el carro. Lo más extraño es que llegue en 15 minutos a mi oficina, no había trafico ese día.
Paso una hora y me desconcentro una pelea entre la señora del aseo y el gerente, yo lo habría tomado con algo de valemadrísmo pero, cuando el gerente agredió a la señora, me levante y con enojo le dije “oye con qué derecho hombre...” Giró la cabeza y me miró (o algo parecido), corrió hacia mi estirando los brazos y, abriendo la boca llena de sangre coagulada, se abalanzo hacia mí. Yo corrí como niña y mi poca condición física me obligo a caer en lo más bajo y corrí a un cubículo. Cerré la puerta mientras le gritaba que se calmara y cosas de ese tipo que nos enseñan en la escuela, porque a todos nos dicen que pelear está mal. Pinche maestra de tercero, te odio cabrona.
El cristal de la puerta se rompe con los golpes del gerente y la señora del aseo, que se sumo a mi persecución, me tiene agarrado de la camisa. Ni madres que mi vida pasa por mi mente. Con desesperación grito y mis esfínteres se aflojan mientras los demás compañeros ven el espectáculo sin hacer nada y, atónitos ante mis chillidos, se fueron yendo uno por uno. Ya saben, en orden siguiendo el protocolo de no corro, no grito y no empujo. Bola de ojetes.
Total, no hay esa música de fondo al armarme de valor y, de un madrazo, al gerente lo mando de nalgas y empujo a la señora. Tomo fuerza y corro. El edificio es un caos, no soy el único que corre por su vida. Dejo atrás a los que no me defendieron y, con un bonito “Chingen a su madre”, me despido para no verlos nunca más...